
Otras voces: Diástasis abdominal
El embarazo
Mi embarazo fue buscado y cuando lo conseguimos y vimos el positivo no podíamos estar más felices. Durante el primer trimestre lo pasé bastante mal a causa de las malditas náuseas, no me permitían hacer vida normal. Empecé intentando lo natural: infusiones de jengibre, jengibre natural a mordisquitos, en cápsulas… Pero seguía sin poder realizar tareas básicas ni aguantar una jornada laboral completa sin mareos, vómitos y una sensación constante de malestar. Pasé al Cariban por recomendación de mi ginecóloga, era reacia a medicarme pero finalmente vi la luz con dos pastillas al día. Las pude dejar en la semana 16, justo cuando nos dijeron que esperábamos una niña. Todo iba como la seda, mi barriga iba creciendo y llegó el momento en que mi ombligo dejó de ser esa “rajita” perfecta en mi vientre plano para pasar a ser un botón sobresaliente en mi barriga de embarazada de 33 semanas.
No tienes pared abdominal
Una noche, cuando estaba embarazada de 34 semanas, mi barriga se puso totalmente dura. Me asusté. Notaba contracciones (luego supe que eran las famosas contracciones falsas, Braxton Hicks). Fuimos a urgencias y me hicieron una ecografía, todo estaba perfecto. Hasta que de repente una ginecóloga me preguntó: ¿Cuántos hijos tienes? Le contesté que ninguno, que la que llevaba en la barriga era mi primer bebé. Se quedó callada y al rato me dijo: “no tienes pared abdominal”. Esas cuatro palabras, así, sin más explicación.
Ya de vuelta, en el coche, tranquila y feliz porque mi bebé estaba bien, empecé a googlear que significa “no tener pared abdominal”. Encontré un montón de referencias a algo llamado “diástasis de rectos” y leí sobre ello. Parecía que a muchas mujeres durante el embarazo, por causas que aún no están del todo claras – pero que suelen tener que ver con bebés (y barrigas) muy grandes o zona abdominal débil – sufrían un separación de los músculos del abdomen, la llamada faja abdominal.
Decidí olvidarme de ello, total ahora mismo no podía (o creía) que no podía hacer nada y tenía la esperanza de que tras el parto todo volviese a la “normalidad”.
El embarazo seguía su curso y mi barriga era cada vez más grande y más puntiaguda, parecía que, en lugar de bien colocada en el canal de parto (como sabía por ecografía que ya estaba Ivette), estuviese totalmente en horizontal, como haciendo la plancha con los brazos estirados a todo lo largo en mi barriga…
Y llegó el parto
Mi fecha probable de parto era el 1 de mayo de 2018, la esperada semana 40 en la que no, como muchas mujeres, no me puse de parto. Pasaron unos días y el sábado 5 de mayo empecé con contracciones, esta vez eran de verdad, intensas y cada vez más dolorosas. Aguanté todo el día en casa hasta que sobre las ocho de la tarde del sábado decidí ir a urgencias. Correas, monitores, tacto… Aunque las contracciones eran intensas y seguidas aún no había dilatado, aún no estaba de parto. Esperé en casa durante toda la noche, no dormí nada, ni el papi tampoco. Estábamos contando los minutos entre contracción y contracción con una app en el móvil mientras aguantaba como podía el dolor intenso que sentía con cada una de ellas. Sobre las cinco de la madrugada no pude más, me duché, me vestí, cogimos las cosas y volvimos al hospital. Me ingresaron y pedí la epidural, siempre había soñado con un parto natural pero en ese momento pedí la epidural casi llorando, no aguantaba esa sensación, ese dolor intenso, notaba claramente la cabeza de mi bebé apretando con cada contracción.
Me pusieron la epidural y me relajé muchísimo, elegí una con la que podía moverme pero no notaba el dolor de forma intensa. Me rompieron la bolsa y pusieron oxitocina sintética, dilaté y me dijeron que tenía que empezar a pujar. Empecé a pujar, era surrealista, un momento bastante extraño entre cada contracción, que notaba de forma muy diluida.
Tras muchísimo esfuerzo las ginecólogas dijeron que mi hija no bajaba, que parecía que sí pero volvía a subir. Me dijeron que tenían que usar fórceps y entré en pánico, no quería, no estaba preparada para eso. Me dijeron que no había opción, que no salía y se le bajaban las pulsaciones así que adelante, fórceps. Resultado: episiotomía de bastantes puntos, más de 10…
Eso sí, mi hija salió perfecta y me la pusieron encima al instante, piel con piel e inicio de la lactancia en la misma sala de partos. En ese momento me sentí genial, feliz y estupenda. La epidural hacía que no sintiera dolor y yo solo podía mirar a mi bebé, llena de vida, sangre y color encima de mi pecho.
Algo no va bien
Una vez en la habitación la cruda realidad me devolvió a la Tierra. Tenía la sensación de que no podía dar ni un paso sin aguantarme la barriga, como si se me fuese a caer, como si, literalmente mis tripas fuesen a caer al suelo si no me las sujetaba con las manos. Lo pregunté a las ginecólogas y a las comadronas, me decían que eran los entuertos del parto, que era normal y pasaría. Yo sabía que algo iba mal y en mi cabeza resonaba “diastasis de rectos”.
En las siguientes semanas adelgacé bastante (perdí 12 de los 18 kilos que había engordado durante el embarazo) y cuando pasaron los cuarenta días descubrí una barriga literalmente partida en dos y con el ombligo hacia fuera. Mi barriga eran dos mitades totalmente diferenciadas. Estéticamente era horrible pero además dolía, dolía horrores. Ni siquiera podía tumbarme con mi bebé encima, su peso (3 kilos cuando nació) era molesto para mi abdomen así que tenía que subirla al pecho o tumbarla a mi lado en la cama.
A los 40 días fui al fisioterapeuta especializado en suelo pélvico. La primera que vi fue muy clara: “lo tuyo es diástasis de rectos abdominales y de las grandes, solo se arregla con cirugía”. Me quedé helada, no me imaginaba eso. ¿Cirugía? ¡Pero si acabo de dar a luz! Me dijo que tenía una hernia en el ombligo (de ahí que no hubiese vuelto a su sitio y quedase fuera como un botón) y que mis músculos abdominales estaban separados. Podía intentar hacer hipopresivos, pero su experiencia decía que no conseguiría cerrar mi diástasis solo con ejercicio.
La segunda fisioterapeuta que vi fue menos dura, me dijo que ahora tenía por delante un año de recuperación posparto, un año para cuidarme, adelgazar, hacer hipopresivos, corregir mi postura y ver como evolucionaba la lesión, entonces decidiríamos.
Aún vi a una tercera con la que empecé en serio a hacer los hipopresivos e Indiba, radiofrecuencia para mejorar la musculatura y la piel. Esa era otra, tenía piel sobrante por lo mucho que había estirado mi barriga.
Vivir con diástasis abdominal
Aprendí que era una lesión, una lesión fea estéticamente ya que aparentemente queda una barriga similar a un embarazo de unos 4 meses, pero también un problema de salud: digestiones lentas, dolor de espalda, falta de fuerza y resistencia para coger en brazos al bebé…
Lo peor de todo es que es un problema sobre el que hay muy pocos médicos formados. Nadie te habla de ello en las clases preparto: ni ginecólogos, ni comadronas, ni médicos de medicina general. Incluso algunos cirujanos no le dan importancia, lo tratan como algo meramente estético y te dicen que si quieres arreglarlo recurras a la cirugía plástica.
La diástasis de rectos es una lesión y debería estar contemplada por la seguridad social. Deberían facilitarnos sesiones de fisioterapia especializada en recuperación de suelo pélvico y faja abdominal. Nada más lejos de la realidad, si quieres ayuda con la diástasis debes recurrir a especialistas privados, pagar cada sesión de fisioterapia especializada, cada sesión de radiofruencia y todo lo que puedas hacer para mejorar tu calidad de vida y vivir con ello.
¿Pero si tu bebé y tu estáis bien, de que te quejas?
En mi caso pasé por una depresión bastante fuerte que mi entorno no comprendía. Ellos solo veían que debía estar agradecida por la bebé increíble, sana y preciosa que había traído al mundo. Pocos, salvo mi pareja, entendían como me sentía al ver mi vientre deformado, con aspecto de embarazo, con la piel totalmente rota y sin ombligo.
Descubrí en Facebook un grupo que cambió mi vida: “Luchando contra la diástasis”. Si tenéis diastasis y queréis información, sentiros arropadas y un lugar en el que exteriorizar todo lo que os remueve por dentro, ese grupo os salvará la vida. Ahora, diez meses y medio posparto, soy otra persona. Disfruto de mi vida y mi bebé, ser madre me ha cambiado la vida, me quedo con todo lo bueno de aprender cada día de este ser que ha llegado para que nuestras prioridades pasen a ser su felicidad, su felicidad y nuevamente su felicidad.
Vivir con diástasis de rectos abdominales es complicado, pero no imposible… Crear comunidad al respecto, apoyarnos y conocer la realidad de esta lesión es lo más importante.
Autora: Alicia Batlle